Urbano Rivera


Urbano Rivera adora el ritmo.
Camina como corriendo, bailando.
Es como si piloteara una moto.
En su andar, esquiva personas;
las juzga de lentas,
no las entiende,
¿no pueden ir más rápido?
El sabe que, a esa velocidad, ahorra tiempo.
Es el mago de los atajos.
Maestro de la aerodinamia,
sus movimientos no deben perjudicar
la velocidad crucero.
Su ropa, menos;
remera, zapatillas y vaquero.
Tiene medidos los tiempos
y el modo de acortarlos.
Lo acusan de apurado.
No comprenden, él es así.
Si puede hacer las cosas más rápido,
le queda más tiempo para hacer lo que quiere.
Ignoro qué es lo que quiere.
Si lo agarra un semáforo
trata de cruzar a la carrera.
Perder un minuto,
completamente detenido,
le resulta fatal.
Rompe cualquier promedio.
Pondera la duración de los trayectos
del subte, del colectivo o del andar.
Al taxi ni lo considera. Le parece despreciable.
No es más rápido.
La conversación del chofer le impide
ganar tiempo con otras tareas.
Prefiere el bondi
al viciado aire del subterráneo.
El transporte automotor
tiene, a su juicio, riesgos sorteables:
Si aparece un conocido,
evita la mirada;
se sumerge en el i-pod.
A mí no me pudo eludir; ni yo a él.
A veces, me da fiaca. Urbano
tiene una conversación apocada, superficial.
Sólo le interesan las cosas
que son de público conocimiento.
Aquellas que ya abordó el conductor
de su programa de FM favorito.
No quisiera criticarlo;
Urbano es un buen tipo.
Pero es fenoménico.
Le tranquiliza comprobar que todos piensan como él;
mejor dicho, que piensa como el resto.
Soy injusto. A veces
habla de lo venidero en materia
de productos electrónicos, o automotrices.
Ahí la conversación se aceita mejor
porque aborda las cuestiones mecánicas.
Yo lo entiendo a este muchacho.
A mí esos minutos se me hicieron horas.

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