Falsos profetas
El anuncio de que un asteroide chocaría contra la Tierra tenía en vilo a la pobación mundial.
Un impacto similar había acabado hace milenios con toda una especie, la de los dinosaurios, según algunas teorías.
La angustia de relativizar de ese modo la existencia humana era algo exasperante para unos; para otros, sólo era un instante más en la historia de la eternidad.
El Emperador, día tras día, hacía declaraciones acerca de los avances en torno del conocimiento del fenómeno cósmico. Se mostraba aplomado, seguro, trascendente. Es el único referente válido.
El Mundo lo escuchaba y analizaba minuciosamente sus palabras dado que de él dependían sus vidas.
Su presencia, sus silencios, sus especulaciones y su actitud positiva frente a la adversidad hacían de él un Salvador.
Todos sabían que, de un momento a otro, les daría solución definitiva al problema que se había convertido en esencial para sus vidas.
El tiempo se acortaba y las informaciones empezaron a escasear. Las calles se poblaron de agoreros y desesperados.
La mañana anterior al día del impacto fatal, en conferencia de prensa, el Emperador dijo lo que todos esperaban: "Quiero anunciarles que tenemos lista la operación de salvamento del planeta. Les presentó al doctor Sito, que le va a presentar los detalles".
Sito realizó una explicación tan larga y detallada que el planeta, que lo seguía en vivo y en directo, sufría de verlo ahí; lo hubiesen preferido ver en su lugar de trabajo, velando por ellos.
Pero el plan era tan claro y sonaba con tal solidez que era evidente que no tenía meses sino años de preparación.
A esta altura todo estaba listo y Sito podía estar en donde quisiera.
Pero el científico volvió a sorprenderlos a todos. "Como podrán observar -dijo- el dispositivo no debería fallar de ninguna manera, excepto que exista un error de cálculo. Revisar todo nos llevaría varias semanas -lo que develaba, de alguna manera, el tiempo invertido en su concresión-, pero a mi juicio no sólo es imposible sino que es inconveniente cambiar los planes de Dios. Por eso confieso que, como miembro secreto de la iglesia de los Días del Aerolito, dejé algunas ecuaciones sin resolver para que la salvación dependa exclusivamente del Creador".
Acto seguido, sin aviso previo, pareció morder una pastilla, se retorció dolorosamente y murió en pocos minutos a la vista de todos. El espectáculo fue digno de ese momento de desesperación y espanto.
El Mundo recién estaba conociendo al personaje del que dependían sus vidas y se moría absurdamente en un acto incalificable de traición a la especie humana.
Cámaras y miradas se volvieron sobre el sillón imperial, que ahora estaba vacío.
Sobrevino el caos. Hubo numerosos suicidios y centenares de muertos por los accidentes derivados de la histeria colectiva.
Gracias a Dios, cuatro horas más tarde se anunció que el asteroide no impactaría en la Tierra, aunque todos podrían observarlo a simple vista por lo cercano de su trayectoria.
El anuncio, esta vez, estuvo a cargo del personal de guardia del Observatorio Espacial.
Beccar, 14/3/1998