Esa conversa
- ¿Qué te espera? ¿... es una mina?
Evidentemente me había demorado más de la cuenta y el conductor se dio cuenta de que algo me demoraba. Es rara esa actividad que vende el tiempo en forma de viajes y que, sin embargo, nunca se la encuentra en apuros.
- No, ¿qué mina? Ojalá...
- Mirá que si querés nos damos un par de vueltas a la manzana mientras pensás... ¡a costa mía, por supuesto! -acotó el conductor; que curioso eso de llamar conductor a quien se limita a manejar el vehículo en la dirección que nosotros le indicamos. Nadie me había conducido allí que no sea yo mismo.
Resoplé y sonreí al mismo tiempo, en señal de agradecimiento y descendí con la lentitud de un lisiado en El Casque entre Gallardo y Barragan, en el barrio de Versalles. Miré hacia la casa y avancé a paso cansino. Pero recién cuando sentí que el taxi arrancó me volví para asegurarme de que se fuera y resolví caminar hacia la esquina por la que había venido para hacer tiempo. Esa conversación podría poner un punto de inflexión en mi vida. ¿Qué apuro tenía de encararla si no estaba plenamente seguro de su resultado?
Ciertamente, había llegado a esa instancia por haber evitado otras conversaciones previas. Ahora ambas partes dabamos por cierto lo que sospechábamos uno del otro y de la propia caracterización de la situación, sin haber intercambiado siquiera impresiones. El orgullo, la altivez y la cobardía hicieron el resto. ¿Cómo podía hacer para volver el tiempo atrás para poder explicar a tiempo lo que el silencio daba por hecho?
Podríamos haber recapitulado juntos lo sucedido para comprender nuestras diferencias o haber especulado alternativas que podrían haber evitado concentrarnos en el problema.
Al menos, si hubiese forzado un encuentro lo hubiera podido semblantear y, de haberse presentado una conversación, haberle sacado un tema ajeno para ver cómo reaccionaba.
Al menos, debí haber consultado al viejo Casimiro, que conoce bien este tipo de situaciones. Lo veo siempre en el Club y, por no distraer una de tantas conversaciones distractivas sobre la nada misma, perdí una instancia ideal para reflexionar sobre el problema. O tratado en la confesión con el cura, pero preferí buscar la absolución sin entrar en mayores detalles.
La familia está demasiado comprometida como para dar una opinión imparcial. Sólo echarían nafta al fuego.
¡Hasta el taxista me podría haber ayudado...! Estaba tan dispuesto a conversar pero yo, cegado por ese repentino deseo de cerrar este tema, me había largado a la calle, llegado al lugar y me nublé... No entendí que la del tachero podría haber sido una instancia crítica en este proceso.
Pensando y divagando, caí en la cuenta de que me había alejado unas seis cuadras ya y me dije: ¡Ma' si, vuelvo otro día...!