Sophenya 1/

 

No era antiguo. El edificio era viejo o, mejor dicho, relativamente moderno pero sus materiales eran berretas por lo que lucía avejentado y derruido.

Axel caminó los pasillos que balconeaban a la avenida escudriñando las vidrieras del pretenciosamente llamado centro cultural: tai chi Chuan, kung fu, Tae kwon do, chi Kung, yoga, masajes, danza árabe, swing, tango, pilates...

En realidad Axel no sabía que quería, pero buscaba. Sufría, como tantos, una ansiedad asfixiante y deseaba encontrar la paz.

La terapia no había dado los resultados esperados y había incurrido en los medicamentos. No conciliaba el sueño y temía por su salud mental. Más bien lamentaba esa mala vida y quería volver a vivir plenamente. 

Ya no recordaba bien aquellos tiempos en que había sido feliz, ni por qué lo había sido. Aquellas fotos llenas de vida y sonrisas le dejaban ahora un sabor rancio y el sol de entonces había perdido ahora su brillo característico.

Se asomó al balcón y en el atrio que da a la calle y se sorprendió al ver a unos emos y darkies, que consideraba tribus extinguidas, en un acto de repudio a Él Finadito, la vieja canción de Coco Díaz.

Al voltear al pasillo cruzó sus miradas con un hombre maduro, no viejo ni joven, de mirada clara y tranquilizadora que le sonrió amigablemente apenas hizo contacto visual.

- ¿Qué andás buscando?, le preguntó.

- Axel se quedó mudo mirándolo fijamente. Esa era la pregunta que necesitaba hacerse, pensó, antes de salir de su casa. Pero allí estaba, en evidencia.

- ¿Estás buscando a alguien?, insistió amablemente la voz de locutor de radio FM.

La doble pregunta lo nockeó. 

- No; bueno, si; podría ser...

- Entiendo -replicó el hombre bajando la mirada para no incomodar lo aún más. "Estás buscando un símbolo de paz", diría Charly (García, en una de las canciones del álbum Parte de la Religión).

- Si, tal cual; creo que eso es lo que busco: la paz.

- ¿Querés un mate? -invitó con la mano abierta señalando la puerta de uno de los locales vidriados.

- Dale, si; gracias -respondió turbado ante una conversación que quería alargar de alguna manera.

Ingresó y notó que el local estaba oscuro. De afuera no había advertido que un paño tapaba la vidriera. La única luz era de unos candelabros con velas. Un olor a incienso matizaba el ambiente. Las sillas de mimbre eran sencillas pero cómodas. En eso, pudo escuchar escurrir un sorbo y lo vio apurando un mate para no cebarle uno frío.

- ¿Qué hacés en este lugar siniestro? -disparó, ahora más sinceramente, el anfitrión.

- ¡Ja! Lo mismo podría preguntarte a vos -replicó con una picardía que le devolvió la seguridad.

- Vine a ver a un amigo -respondió cortamente; a Axel no se le ocurrió preguntar a quién, ni si lo había encontrado. Estaba feliz con la posibilidad de hablar con alguien de esa rarísima sensación de ansiedad que lo asfixiaba-. Contame qué te pasa.

Axel vomitó una catarata de sensaciones que ni recordaría luego bien pero que evidenciaba un espíritu trastornado. El mate iba y venía en una atmósfera de elevada intimidad. En la penumbra se destacaban algunos rasgos de su interlocutor, pero que no le permitirían reconocerlo en la calle a plena luz del día. Era difícil sacarle la mirada a esos etéreos ojos celestes cuasi grisáceos. Intuía la aspereza de un pelo cano grueso y voluminoso, pero a ciencia cierta no lo llegó a ver. Tampoco sus vestimentas que le sonaron que eran colgadas y de lino claro o blanco. No llevaba adornos en sus manos, en su frente, en su cuerpo, ni tatuaje alguno. El mate, al irse lavando, dejó de manifiesto que había estado mixturado con otras hierbas de larga duración.

No sabía a qué hora había entrado -seguro de tardecita, al término del trabajo-, ni mucho menos a qué hora había salido; lo que es que era de noche cuando salió, completamente aliviado, de ese sucucho. Una brisa fresca, con fragancia de tilo, le dió en la cara al mirar desde el tercer piso la avenida. Aspiró por la nariz profundamente mientras cerró los ojos por un instante que le hubiera encantado que dure una eternidad. Al abrirlo pensó en que debía volver a su departamento, a su rutina habitual. Por más que nadie lo esperara allí, era parte de un engranaje social al que debía responder en tiempo y forma al día siguiente.

Ya encaraba para la escalera cuando se le ocurrió volver a pedirle un teléfono a aquella alma buena. Pero la puerta ya estaba cerrada con llave y no se venía nada dentro. La oscuridad exterior tampoco ayudaba. Pensó en que volvería al día siguiente.

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