Sophenya 3/
Esa frase le martillaba en su cabeza: amar sus problemas.
¿Cómo podía ser posible amar algo desagradable?, pensaba. Lo de los problemas lo entendía, pero ¿amarlos? ¿a qué se refería con eso de amar?
Buscó la definición de amor en el diccionario de la RAE, que le espetó en su primer acepción que se trataba de un "sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser". Eso del sentimiento intenso y de la propia insuficiencia los tenía bien presentes, pero no se le había ocurrido que podría tener que ver con la necesidad y búsqueda de un encuentro y de unión con el otro ser.
¿Qué habrá querido decir aquel hombre con aquello de "amar tus problemas"? Lo que primero se le ocurría es que los problemas solían tener, detrás de escena, a alguien que los provocaba por acción o por omisión. Obviamente, el hombre se referiría a amar a estos sujetos... ¿los colectiveros, los sindicalistas... a quiénes?
La sola reflexión lo calmaba, le hacía bien aunque le pareciera un disparate. Le pareció que estaba algo rumbeado. Decidió bajarse unas paradas antes y caminar para sentarse en la plaza que estaba cerca de la oficina; la excusa de la tardanza ya la tenía, pero esta sensación de calma mientras pensaba era algo poco habitual y tenía que sacaarle provecho.
Sentarse en la plaza no le sirvió de mucho. Los sindicalistas lo alteraban; le ponía mal su actitud protestona y de constante reivindicación. Eso no podía estar bien. Amarlos no podía ser la solución. Los colectiveros tampoco podían ser amables si se dejaban dominar por aquellas lacras. En cuanto se empezó a dar manija se puso de pie y salió disparado para la oficina. Odiaba la eventualidad de convertirse en un parásito como ellos. Se le apareció un mendigo (¡otro...!, pensó) y desvió la mirada pero aceptó un papel recortado con alguna inscripción seguramente lacrimosa.
Caminó decidida y rápidamente hacia su trabajo, mirando el piso para no ser víctima de algún desperdicio perruno ni de alguna baldosa faltante o levantada, todo consecuencia de algún incomprensivo vecino. Se recriminaba haber sido un flojo y dejarse vencer por aquella somnolencia.
Al llegar al edificio, escuchó algún saludo que correspondió cortesmente y subió al ascensor. Es difícil no hacer nada allí: una se mira en el espejo, otro saca el celular... él quiso tirar el papelito pero notó que no había dónde dejarlo, así que miró la inscripción: "Hola, ¿sabés quién soy?"
No entendió. No era un mangazo. ¿Qué esperaba ese fulano: que lo mirara, que lo saludara, que le preguntara quién era...?
No tenía otra respuesta que "no; no sé quién sos", pero le surgía un interrogante ineludible: ¿porqué me lo preguntás? ¿Quién sos y qué querés de mí?
Cuando se dio cuenta, se había pasado de piso. Se sintió muy tonto. Decidió hacerse el distraído, pero estuvo atento al bajar en un piso superior y descender por la escalera.
Fue directamente a la cocina. Se encontró con una compañera bastante compinche. Le preguntó de una: ¿vos qué pensarías si alguien te pregunta "sabés quién soy"?
- ¡Obvio, gil, que es alguien que te quiere levantar...! -le dijo con carita, tras lo cual se interesó por el perfil de la susodicha.
- No, no es una mujer -respondió para la confusión de ambos, que se alejaron rápidamente de allí.