Sophenya 4/

Subió al bondi de regreso y se clavó los auriculares. Necesitaba irse de la oficina -no sólo física sino psíquicamente- y adentrarse en sus elucubraciones.

La poesía del rock nacional lo ayudaría a pensar. No conocía mejores historias que las que cantaba su gente, en su idioma. Puso una lista soft que en un meandro lo condujo a Fito Paez: "Dar es dar/ Y no marcar las cartas, simplemente dar./ Dar es dar/ Y no explicarle a nadie, no hay nada que explicar./ Hoy los tiempos van a mil y tu extraño corazón/ Ya no capta como antes las pulsiones del amor./ Yo te digo que dar es dar;/ Dar y amar/ Mira, nena, hacélo fácil:/ Dar es dar./ Dar lo que tengo,/ Todo me da./ No cuento el vuelto,/ Siempre es de más./ Dar es dar,/ Es solamente una manera de andar./ Dar es dar,/ Lo que recibes es también libertad".

Puso stop para que reine el silencio en su cabeza; para que germine eso que acababa de escuchar. Algo había por ahí que podría servir para despertar a una nueva vida, plena de sentido. Eso era lo que buscaba. La puso de vuelta y reparó en algunos versos que lo deslumbraron.

"Entonces, amar es dar", pensó, y se sacó los auriculares. "No cuento el vuelto, siempre es de más" sería como dar confianza. "No explicarle a nadie, no hay nada que explicar" tiene que ver con una gratuidad de favores, de entrega, de intercambio. Pero esta frase le abrió los ojos: "lo que recibes es también libertad", porque ahí fue por su parte en el negocio; le permitió entender esa otra: "Dar lo que tengo, todo me da."

"¿Qué sería eso de 'dar y amar'? ¿Darse uno, darse entero, como se dice habitualmente...? ¿Y eso sería bueno para los otros?". 

Dejó de mirar por la ventana y se detuvo en cada uno de los pasajeros para pensar cómo podía, aquí y ahora, aplicar esas palabras.

La primer mirada que lo atrapó era una señora que, agarrada al pasamanos de un asiento, veía hacia adelante hacia un punto fijo, en la ventana; veía sin mirar, pensaba. Sentiría tristeza, supuso; más bien nostalgia, reflexionó luego. Mientras la miraba, se apiadó de ella; la sintió hermanada en su soledad, en su lamentación. De alguna manera, terminó por concluir, la amó. Su vida se encendió. Sintió algo lindo que crecía dentro suyo, que no quiso que se apagara; que hubiera regado con lo que sea para que produzca algo en su espíritu.

"Da, da, da, da, da, da, da, da", sonaba Fito en su cabeza.

Buscó otras miradas y notó preocupación en una expresión cejijunta, diversión en una sonrisa de alguien conectado con sus auriculares al exterior del bondi, distracción en un flaneur motorizado... Pero le pareció que el sentimiento que había germinado no era algo que podía masificarse, al menos rápidamente. Tuvo que acompañar a esa mujer un rato con la mirada y el espíritu para sentir lo que ella sentía. Tal vez un día podía surgir a bortotones su espíritu hacia fuera, pero hoy necesitaba ejercitar esa apertura de espíritu.

Trató de concentrarse entonces en su verdugo, en ese que lo había hecho llegar tarde al trabajo y que le provocó tanto enojo esa misma mañana. No había manera. Toda la atmósfera amorosa se disipaba. Hay que cultivarlo pensó y se le ocurrió, nuevamente, buscarlo en la música; pero fue directamente a una canción que nunca le había gustado, de Miguel Cantilo. Era una letra luminosa que convertía al clásico colectivo (por su descripción se refiere al modelo anterior, al ochentoso) en una bestia mítica: "(...) esta fenomenal combinación/ de perdido vagón de tren carguero/ y coche popular de pasajeros,/ pintado de un color de carnaval./ (...) Esa cápsula pública y fugaz;/ ese raro animal de aliento negro,/ tan cómico con su perfil de cerdo,/ su corneta infernal y su motor.

Cantilo estaba en línea con lo que él sentía, porque primero lo atiende: "En la esquina chofer;/ no me arrime al cordón puedo saltar/ Si quiere pare un poco más allá/ Pero, eso sí, señor, no clave el freno/ Porque los pasajeros nos caemos/ En un paso de tango sin control". Pero hacia el final lo redime: Señor colectivero:/ yo comprendo que es duro manejar/ con el tránsito loco que hay acá/ dar el vuelto y también cortar boletos/ y no perder minutos de ese tiempo/ que late en el reloj del corazón./ Te canto, superman, raro bicho, hombre orquesta./ Conductor de mi pueblo ida y vuelta./ Te canto, capitán, enojado pirata de las calles/ Colectivero de mi Buenos Aires./ Empujando a la gente para atrás". Se sonrió. La música lo ayudó a divertirse con sus propias peripecias a bordo.

Al llegar a su parada pensó en seguir de largo para seguir en su diletancia. Pero le pareció irracional y descendió. Pero se quedó un par de segundos quieto, sin avanzar, hasta que sus pensamientos se disiparon en la calle.

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