Celeste
Un aspecto de abandono tiene la casa. No debe alcanzar ni de casualidad el siglo; a lo sumo medio. Pero sus pastos largos y descuidados, y su vegetación descontrolada en el breve retiro del frente evidencian estrictamente eso: abandono.
Los postigos sin protección y destartalados por el zamarreo del viento dejan ver a medias la ventana que, de noche, delata una luz cálida pero de baja potencia.
Una antena torcida que recuerda el tiempo de la televisión abierta. Una radio que cada tanto se deja oir como un rumor desde el exterior.
Pasar por esa casa da algo de temor. La presencia de roedores de todo tamaño era algo que se dio siempre por supuesto.
Los postigos entornados invitan inevitablemente a intentar captar alguna imagen interior: alguna silueta, un mueble, una luz.
Un día apareció un container y la buena noticia de que la casa entraría en venta. Había pasado el duelo y sus dueños volverían a la casa paterna a ordenarla, limpiarla y venderla.
El acopio de basura, diarios y porquerías, era inimaginable. Salieron tres containers llenos.
Una mañana, unos jardineros cortaron el pasto, marcaron las ollas y podaron las plantas.
Otro día apareció el cartel de venta. Esa misma tardecita, cuando caía el sol, pasaba de regreso a casa y noté la puerta entre abierta. Me asomé y me sorprendió verlo de pie, muy próximo, como esperando a alguien.
No pude disimular mi asombro. Me miró. Lo miré. Hizo un gesto y pasé. Estaba todo inimaginablemente limpio. Habían hecho un trabajo magnífico. Me invitó a sentarme en uno de los sillones del salón y él se ubicó del lado de enfrente.
Justo en ese momento, se escucharon pasos, voces y pude ver que dos personas ingresaban. Me puse de pie, educadamente, como para saludar. Pero el que entraba primero me miró con extrañeza y me preguntó: ¿Qué hace usted aquí?
No supe qué responder, por lo que atiné a mirar a mi anfitrión que, para mí total sorpresa, ya no estaba ahí sentado. Señalé, enmudecido, el sillón. Pero no pude emitir sonido alguno.
El hombre bajó la cabeza negando y murmuró: "ay, papá, papá..."