Sophenya 5/


"Cuanta verdad hay en vivir solamente el momento en que estás; si, el presente y nada más. Todo me demuestra que al final de cuentas termino cada día, empiezo cada día; creyendo en mañana, fracaso hoy". El grito sentido de Ricardo Soulé estallaba en sus auriculares. ¡Cuánta razón tenía! El cantante de Vox Dei le recordaba que el pasado no se puede modificar y que tampoco manejamos el futuro ("y olvidé aquello que una vez pensaba que nunca acabaría pero, sin embargo, terminó").

"Es así: hay que disfrutar el presente", sentenció para sus adentros mientras indagaba acerca de las cosas que hacía y que no le importaban, y en aquellas que aún no estaba haciendo pero que debería concretar desde la óptica del disfrute.

Su reflexión no llegó muy lejos, porque "cumplir con sus sueños" tenía un costo para el cual debía trabajar, justamente algo que había anotado en la columna de actividades que recomendaba abandonar. Inmediatamente le surgieron nuevas dudas: ¿realmente quería dejar de trabajar? ¿qué tan estimables eran aquellos sueños? ¿justificaban un cambio de vida tan radical? Se podía decir que eran genuinos porque, inducidas por otros o no, no dejaban de ser una aspiración. Pero no sentía necesario tomar semejante decisión. 

Imaginarse en cueros en una playa paradisíaca retozando con alguna amable compañía de cuerpo contorneado y dorado por el sol cuya risita histérica lo exitara podía ser un planazo para el verano; una experiencia de distracción que claramente no podía convertirse en algo permanente, tanto por razones económicas como existenciales. Sonaba como algo efímero. Era claramente un proyecto de evasión.

Lo cierto es que su presente era caminar por la avenida de regreso del trabajo. El desafío era poder disfrutar ese presente y no el de otro. Su primer conclusión es que la avenida era el camino más rápido pero no el más grato; una calle paralela le ofrecería una arboleda, una disminución de la velocidad de circulación y del ruido. No lo dudó. Decidió doblar en la próxima esquina en plan flaneur. En sus idas y venidas al trabajo se convertiría en un cazador de imágenes, se propuso; convertir ese trayecto en un safari urbano. Sobraban especies para fotografiar, ángulos, detalles, perspectivas. Se entusiasmó.

En el momento en que doblaba por la calle que cortaba a la avenida, una mujer que venía apurada en la dirección contraria tropezó con el cordón de la vereda y se desparramó con sus bolsas en el piso. Un instinto en su educación lo impulsó a agacharse y acudir en auxilio de la señora, que mostraba algunos magullones en la cara y en las rodillas.

No hizo falta más que ayudarla a ponerla de pie para que, sonrojada de vergüenza, ella le agradeciera en veinte idiomas su caballerosidad, tanto en palabras como con la ternura de su mirada y la amabilidad de su generosa sonrisa.

Se despidió, orgulloso de su microheroísmo urbano, y avanzó orondo en dirección de la paralela. Estaba felíz y se dió cuenta. Enseguida le vino a la mente aquella frase paulina que había escuchado tanto en el colegio acerca de que "hay más alegría en dar que en recibir".

Entradas populares